lunes, 26 de mayo de 2014

El último desnudo de Effy

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Una de las artistas performáticas más interesantes de su generación, Elizabeth Mía Chorubczyck, activista queer de 25 años, se suicidó hace dos días: repitió, en una especie de última intervención, lo que había hecho como acto artístico un año antes. Hace más de un año, el periodista Matías Máximo la entrevistó para una crónica que fotografió Nora Lezano. Ahora, la despide en este homenaje anfibio.
El día que le dieron su DNI con el nombre de Elizabeth fuimos a festejarlo. Cuando nos sentamos lo sacó y lo puso sobre la mesa: quería que todos lo vieran. Estaba contenta, legalmente identificada. Ahora, cuando fuera al médico o a votar, tendrían la obligación llamarla Elizabeth Mía Chorubczyck. Entre los amigos, ella seguía prefiriendo que le dijeran Effy. Esa noche después de algún trago (recuerdo un Lady Madonna a base de gin) pensamos escribir un libro (“Mi nombre es Elizabeth”): narraríamos el recorrido desde que le pedí permiso para trabajar su obra en una tesis hasta que le dieron el documento. Mi plan de posgrado, incompleto, se llama “Arte y performance queer” y tiene varias carpetas dedicadas a ella.
Algunas veces nos reuníamos en cafés, otras pactábamos encontrarnos un rato antes de las
performances para hablar y tener detalles de cómo había sido la producción. Aunque nacimos casi el mismo año, ella tenía una sabiduría que para mi ruta en el devenir del género hacía de cada charla una clase magistral. Se tomaba su obra con la seriedad de un especialista y la soltura de los que tienen claro qué es lo que quieren transmitir. Aunque, se le veía en los ojos, a veces temblara por dentro, por fuera no titubeaba: el mensaje era una misión que no dejaba espacio al pánico de escena.
Muchos hacen de sus angustias una piedra que se les atora en la garganta. Se quedan estáticos, esperando que “suceda algo”. Effy no: su obra es el acontecer de los dramas cotidianos. Por no querer estar dentro de la heteronorma, por ser una transexual, bisexual, casta, judía, atea y extranjera. Desde sus primeras performances la carne fue el elemento y el mundo su puesta. Imaginemos el acto de Shakespeare “All the World´s a Stage” como lema: “Todo el mundo es el escenario/ y hombres y mujeres meros actores”.
Hace cinco años, para ir al trabajo, Effy se vestía como varón. Sufría porque no tenía ganas de ponerse la ropa que la cultura le asigna a los genitales. Empezó un tratamiento de
estrógenos. Seguía en ese puesto administrativo con un jefe homofóbico y a escondidas se ponía vendas en los pechos tímidos que de a poco iban apareciendo.
“¿Qué hacer con tanta angustia?”, se preguntó.
Escribirla:
“Yo no soy un fiambre, no soy más particular de quien me lea, ni creo serlo, ni pretendo serlo. Pero sí tengo pretensiones, y también creo cosas. Esto es parte de las cosas que
pienso”, dice en el primer capítulo de “Effymine, la serie”. Una primera persona hormonada que de a poco se transforma en una tercera críptica, donde los seres abandonan sus nombres para ser iniciales de sentimientos enredados.
Desde que Effy empezó a estudiar en el IUNA, donde sus compañeros la vieron dejar sus remeras sueltas y reafirmarse en vestidos, encontró un espacio que le daba crédito a lo que
hacía, aunque no tenía plan de recibir un título. “Curso las materias que me gustan y estoy anotada en artes plásticas, pero con los problemas de mi identificación incluso voy a clases donde no estoy anotada”, me dijo una tarde por Congreso. Tenía la voz dulce y hacía
chistes, contestaba a todo y repreguntaba: lo que querías saber de ella, quería saberlo de vos.
Cuando por fin dejó el trabajo que la taladraba vino una reafirmación por la que ya no bajaría la cabeza ni habría lugar para vendas. Aulló al mundo y lo enchastró de sangre con Nunca serás mujer: “Una vez una persona me dijo: aunque vos te sientas mujer, te crezcan las tetas, tomes hormonas, te operes los genitales, nunca serás mujer porque no menstruás ni sabés lo que eso significa”. ¿Ah no? ¡Sangre! Trece veces sangre.
En una sala del IUNA un médico le hizo la extracción frente a los profesores y los compañeros de curso, justo cuando se cumplía un año desde el inicio de su tratamiento hormonal. Medio litro de sangre corrió por la sonda: lo que menstrúa un útero cada año.
-Reparto la sangre en 13 dosis representando las menstruaciones desde abril del 2010 a abril del 2011, y hago con cada una de ellas acciones relacionadas con lo que viví cada mes en la construcción de mi identidad de género.
Con su menstruación Effy salió a la calle y colgó tampones, bebió la sangre frente a un
calvario, se hizo mascarillas y borró el nombre que tenía su dni. Se enchastró la cabeza e hizo un cuadro sangriento. En OSDE sangró una vidriera:
“Mi endocrinólogo me agrega un inhibidor de testosterona. Cuando voy a comprarlo la farmacia me informa que la obra social no lo cubre y me es difícil sobrellevar el importe. Consulto con alguien de mi cobertura (OSDE) y me da una planilla diciéndome que con completarla recibo el medicamento gratis. La planilla era para enfermos de cáncer de próstata “, escribió en su guía de trabajo.
A ella no le importó que en el camino a su cuerpo tuviera que hacerse pasar por enferma de
cáncer de próstata. A esta altura lo que dijeran los papeles era relativo, como sus múltiples
identidades en los documentos y pasaportes de Argentina e Israel.
“¿Qué es la identidad para mí? Algo que muta. En ‘Lesbians in Bed´comparto mi cama con mi pareja de aquel momento e intercambiamos la genitalidad. Ella tenía mi pene y yo su vagina, un intercambio muy simbólico en el lenguaje heteronormativo, sin embargo mediante el título, un pene flácido y un consolador nos proclamábamos lesbianas en la fotografía”, me explicó una tarde Effy, antes de ir a sacarse fotos con Nora Lezano. Para esa producción no tenía tacos (no usaba) y puso en Facebook si alguien tenía un par talle 41 para prestarle. Susy Shock tuvo la gentileza, y Effy apareció en la casa de la fotógrafa con los tacos y un pionono. Al rato, quedó desnuda. Con una manzana.
Después de achicar el departamento donde vivía e invitar a mucha gente a ocuparlo para
denunciar su asfixia, hizo el Proyecto Visible, en el que pedía a los participantes que se pusieran un vestido muy importante para ella (uno que dividió a su familia en una fiesta de fin de año entre los que la aceptaban y los que no), y les sacó fotos para hacerlos visibles a través de ella.
Recuerdo la vez que Effy organizó un evento con objetos que a uno lo habían acompañado toda la vida. Yo tenía algo perfecto para sacarme de encima: el cuaderno Sarmiento en el que mi mamá escribió los primeros años de mi vida. Una cápsula de penas que ni siquiera tengo dentro de un cajón, sino bajo el ropero: para no encontrarlo de casualidad y porque todavía no me animo a tirarlo.
Mi mamá ya no está y ese cuaderno me resulta muy triste. Siempre dispuesta cuando el mundo necesitaba ser liviano, Effy me dijo: “Voy a volverlo un collage y no va a ser más una carga”.
El cuaderno sigue abajo del armario.
Pongo su nombre en mi buscador y salen muchas cosas. Una entrevista que había olvidado:
¿La sexualidad es política?
-Mi sexualidad seguramente está muy relacionada a mi compromiso activista, pero como una herramienta, no como una bandera ni como una finalidad. En éste último tiempo mis luchas han estado relacionadas principalmente a la despenalización del aborto y a la genuina igualdad de género entendiendo que los hombres son igual de víctimas que las mujeres del machismo. Yo no puedo quedar embarazada, ni tampoco soy hombre como para que mi causa principal sea el reconocimiento del mismo como víctima del machismo. Sin embargo mi lucha y mi compromiso social tiene que ver con algo que va más allá de mi cuerpo y de mi sexualidad. Si puedo mediante mi cuerpo hacer un puente para que mi punto de vista sea comprendido o al menos problematizado, obviamente que pongo el cuerpo.
¿Crees que hay teorías, como la queer, que demandan poner el cuerpo?
-No. Creo que las teorías queer demandan poner la mente. Conozco personas heterosexuales con una vida clasificada como heteronormativa que son muchísimo más queer que lesbianas, gays, travestis y transexuales que tienen prácticas corporales clasificables como queer. Pero sus discursos y formas de codificar el mundo son totalmente cerrados y normativo-naturalizados. Lo importante es no confundir la forma del contenido. Una obra de teatro sobre una pareja compuesta por dos varones homosexuales no es necesariamente queer en su contenido, mientras que una obra sobre una pareja compuesta por un hombre y una mujer heteronormativos puede serlo. Lo importante es sobre qué se busca reflexionar o qué cuestiones naturalizadas se quieren sacudir o señalar como no-naturales.
Effy y su reclamo: no nos volvamos homo, ni trans, ni lesbonormativos.
A pesar de lo duro que pueda ser, seamos capaces de pensar y sentir.
A mediados de 2012, organizó en casa Brandon “Effy ofrece sexo oral”. Ella, en un rincón, sometida a recibir de a uno a quien quisiera la experiencia. Antes de entrar el participante elegía la duración del servicio y una vez dentro Effy le ponía unos auriculares que estaban conectados a un Mp3. Le abría las piernas, se arrodillaba y pedía le sujetaran el pelo.
Después apretaba play y se ponía el reproductor en la boca, mientras te masajeaba las piernas.
Me acuerdo lo incómoda que era la situación, porque con la voz de Effy en los auriculares salían relatos de mujeres violadas, golpeadas y acuchilladas por sus parejas.
Lo porno era un arma. Un mensaje a la masturbación mental: cuando el placer no es compartido se vuelve tortura.
A Effy el documento le costó incluso después de la ley de Identidad, porque como nació en Israel (donde aceptaron cambiarle el nombre pero no el género), frente a las autoridades locales los trámites se trababan por la mezcla de datos. También le costó la intervención de reasignación genital: como todavía no fue reglamentada, la obra social no quiso reconocerla.
Desde que empezó a hormonizarse pensaba en la operación de reasignación, aunque no le importaba tener más o menos pechos, solo era una desintonía con lo genital. En ese momento se corrió por unos días de las redes sociales y volvió solo cuando pudo contar que todo había salido bien. Aunque después tuvo que volver a ser internada varias veces por constantes infecciones urinarias.
En la marcha del orgullo de 2013, todavía tenía puesta la sonda vesical: la llevaba encintada en una pierna. Los brazos en alto y el cartel que decía “No existen dos géneros, existe uno: ¡el que elige cada cual!”. Otra de las pancartas exigía el aborto libre, seguro y gratuito, una lucha que Effy repetía en sus discursos.
Durante un encuentro de performers en 2012 leyó un largo listado de cosas que había hecho: “Obligué a docentes y compañeros a desnudar su torso para entrar en mi vagina hostil usurpada por mandatos machistas. Achiqué el departamento donde vivía e invité a mucha gente a ocuparlo para denunciar mi asfixia. Me suicidé en la facultad y rendí un examen drogada con la sobredosis de Clonazepan, organizando un funeral con morgue psiquiátrica incluida”.
Cuando nos enteramos que Effy se había suicidado, su hermano del alma Lucas Gutiérrez me dijo que tenía que ir a ver el cajón aunque estuviese cerrado: “Tengo que comprobar que no es una de sus performances” me dijo llorando.
El cuerpo de Effy se fue y nos deja muchas preguntas, ya que ese era un vehículo principal en su arte. Desde que tenía DNI buscaba trabajo y se quejaba de que no lo podía encontrar. Se quejaba también de que a pesar de tener nombre de mujer y sexo de mujer la sociedad seguía con estigmas, algunos que ya estaban y otros nuevos, reservados a las “mujeres”. Ya se extraña su inconformismo y sus reflexiones.
Hablamos de respeto a los deseos del otro, pero cuesta no ser egoísta.
Effy: me cuesta compartir tu último deseo, morir tan joven.
En esta generación donde ya no somos criminales de la ley por nuestras sexualidades, donde corremos con ventaja por los derechos ganados a taco y sangre de nuestrxs mayores, todavía necesitamos de muchas Effys para ponerle el pecho a lo “normal”.
Fotos: Nora Lozano
Fuente: Matías Máximo para Revistaanfibia.com

viernes, 23 de mayo de 2014

¿QUIÉN DEFIENDE AL NIÑO QUEER? por Beatriz Preciado

Los católicos, judíos y musulmanes integristas, los copeístas* desinhibidos, los psicoanalistas edípicos, los socialistas naturalistas à la Jospin, los izquierdistas heteronormativos y el rebaño creciente de los modernos reaccionarios, estuvieron de acuerdo este domingo en hacer del derecho del niño a tener un padre y una madre el argumento central que justifica la limitación de los derechos de los homosexuales. Se trató de su día de salida, la gigantesca salida del clóset de los hererócratas. Ellos defienden una ideología naturalista y religiosa cuyos principios conocemos. Su hegemonía heterosexual ha reposado siempre sobre el derecho de oprimir a las minorías sexuales y de género. Se tiene la costumbre de verlos blandir un hacha. Lo que es problemático es que fuerzan a los niños a portar esa hacha patriarcal.
El niño que Frigide Barjot asegura proteger no existe. Los defensores de la infancia y la familia hacen llamado de la familia política de un niño que ellos construyen, un niño presupuesto heterosexual y bajo la norma del género. Un niño que privan de toda fuerza de resistencia, de toda posibilidad de hacer un uso libre y colectivo de su cuerpo, sus órganos y sus fluidos sexuales. Esta niñez que ellos aseguran proteger exige el terror, la opresión y la muerte.
Frigide Barjot, su musa, aprovecha que es imposible para un niño rebelarse políticamente contra el discurso de los adultos: el niño es siempre un cuerpo a quien no se reconoce el derecho de gobernar. Permítanme inventar, retrospectivamente, una escena de enunciación, de hacer un derecho de réplica en nombre del niño gobernado que fui, de defender otra forma de gobierno de los niños que no son como los otros.
Alguna vez fui el niño que Frigide Barjot se enorgullece de proteger. Y me sublevo hoy en nombre de los niños que estos discursos falaces esperan preservar. ¿Quién defiende los derechos del niño diferente? ¿Los derechos del chico pequeño que ama vestir de rosa? ¿De la chica pequeña que sueña con casarse con su mejor amiga? ¿Los derechos del niño queer, maricón, tortillera, transexual o transgénero? ¿Quién defiende los derechos del niño para cambiar de género si lo deseara? ¿Los derechos del niño a la libre autodeterminación de género y sexualidad? ¿Quién defiende los derechos del niño a crecer en un mundo sin violencia sexual ni de género?
El discurso omnipresente de Frigide Barjot y de los protectores de los “derechos del niño a tener un padre y una madre” me hace volver al lenguaje del nacional-catolicismo de mi infancia. Nací en la España franquista, en la cual crecí con una familia heterosexual católica de derecha. Una familia ejemplar, que los copeístas podrían erigir como emblema de virtud moral. Tuve un padre, y una madre. Cumplieron escrupulosamente su función de garantes domésticos del orden heterosexual.
En el discurso francés actual contra el matrimonio y la Procreación Médicamente Asistida (PMA) para todos, reconozco las ideas y los argumentos de mi padre. En la intimidad del hogar familiar, desplegaba un silogismo que invocaba la naturaleza y la ley moral con el fin de justificar la exclusión, violencia e inclusive asesinato de los homosexuales, travestis y transexuales. Comenzaba por “un hombre debe ser un hombre y una mujer una mujer, así como Dios lo ha querido”, continuaba por “lo que es natural, es la unión de un hombre y una mujer, es por esto que los homosexuales son estériles”, hasta la conclusión, implacable, “si mi hijo es homosexual prefiero matarlo”. Y ese hijo, era yo.
El niño a proteger de Frigide Barjot es el efecto de un dispositivo pedagógico temible, el lugar de proyección de todos los fantasmas, la coartada que permite al adulto naturalizar la norma. La biopolítica1 es vivípara y pedófila. La reproducción nacional depende de ello. El niño es un artefacto biopolítico garante de la normalización del adulto. La policía del género vigila la cuna de los vivientes por nacer, para transformarlos en niños heterosexuales. La norma realiza su ronda alrededor de los cuerpos tiernos. Si tú no eres heterosexual, es la muerte quien te espera. La policía del género exige cualidades diferentes del pequeño chico y la pequeña chica. Da forma a los cuerpos a fin de dibujar órganos sexuales complementarios. Prepara la reproducción, desde la escuela al Parlamento, industrializándola. El niño que Frigide Barjot desea proteger es la creatura de una máquina despótica: un copeísta empequeñecido que hace campaña a favor de la muerte en nombre de la protección de la vida.
Recuerdo el día en que, en mi escuela de monjas, las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús, la madre Pilar nos pidió dibujar a nuestra futura familia. Tenía 7 años. Me dibujé casada con mi mejor amiga Marta, tres niños y varios perros y gatas. Había ya imaginado una utopía sexual, en la cual existía el matrimonio para todos, la adopción, la PMA... Algunos días después, la escuela envió una carta a mi casa, aconsejando a mis padres llevarme a ver a un psiquiatra, a fin de arreglar lo antes posible un problema de identificación sexual. Numerosas represalias siguieron a esta visita. El desprecio y rechazo de mi padre, la vergüenza y culpabilidad de mi madre. En la escuela, se extendió el rumor de que yo era lesbiana. Una mani de copeístas y frigide-barjotianos se organizaba cotidianamente delante de mi clase. “Sal tortillera —decían— te violaremos para que aprendas a besar como Dios quiere.” Tenía un padre y una madre, pero fueron incapaces de protegerme de la depresión, la exclusión, la violencia.
Lo que protegían mi padre y mi madre, no eran mis derechos de niño, sino las normas sexuales y de género que se habían ellos mismos inculcado en el dolor, a través de un sistema educativo y social que castigaba toda forma de disidencia con la amenaza, intimidación, castigo, y muerte. Tenía un padre y una madre, pero ninguno de los dos pudo proteger mi derecho a la libre autodeterminación de género y de sexualidad.
Huí de este padre y esta madre que Frigide Barjot exige para mí, mi supervivencia dependía de ello. Así, aunque tuve un padre y una madre, la ideología de la diferencia sexual y la heterosexualidad normativa me los había confiscado. Mi padre fue reducido al rol de representante represivo de la ley del género. Mi madre fue privada de todo lo que habría podido ir más allá de su función de útero, de reproductora de la norma sexual. La ideología de Frigide Barjot (que se articulaba entonces con el franquismo nacional-católico) desolló al niño que yo era del derecho de tener un padre y una madre que habrían podido amarme, y cuidar de mí.
Nos llevó mucho tiempo, conflictos y heridas superar esta violencia. Cuando el gobierno socialista de Zapatero propuso, en 2005, la ley del matrimonio homosexual en España, mis padres, siempre católicos practicantes de derecho, se manifestaron a favor de esta ley. Votaron a favor del partido socialista por primera vez en su vida. No se manifestaron únicamente a favor de defender mis derechos, sino también de reivindicar su propio derecho a ser padre y madre de un niño no-heterosexual. A favor del derecho a la paternidad de todos los niños, independientemente de su género, sexo u orientación sexual. Mi madre me contó que tuvo que convencer a mi padre, más reacio. Me dijo “nosotros también, nosotros tenemos el derecho de ser tus padres”.
Los manifestantes del 13 de enero no defendieron el derecho de los niños. Defienden el poder de educar a los hijos en la norma sexual y de género, como supuestos heterosexuales. Desfilan para mantener el derecho de discriminar, castigar y corregir toda forma de disidencia o desviación, pero también para recordar a los padres de hijos no-heterosexuales que su deber es tener vergüenza por ellos, rechazarlos y corregirlos. Nosotros defendemos el derecho de los niños a no ser educados exclusivamente como fuerza de trabajo y reproducción. Defendemos el derecho de los niños a no ser considerados como futuros productores de esperma y futuros úteros. Defendemos el derecho de los niños a ser subjetividades políticas irreductibles a una identidad de género, sexo o raza.

Beatriz Preciado

miércoles, 21 de mayo de 2014

Propuesta de Acción Queer en un Centro de Menores

El ámbito en el que voy a intervenir es Menores infractores; adolescentes, chicos y chicas comprendidos entre los 14 y 19 años que han cometido algún delito y estén en un centro con una medida judicial.
Creo que es necesario intervenir en este colectivo debido a que el perfil viene manchado de prejuicios, machismo, miedos, dudas y confusiones de su identidad tanto personal como sexual, están en pleno desarrollo, con necesidad de aprender, potenciar su curiosidad, mejorar, defenderse de las burlas, acercarse al más fuerte o dejarse influenciar…


 Objetivos generales del taller:


  •  Conocer y aprender conceptos: identidad, sexualidad, rol de género, estereotipo…
  •  No etiquetar, destruir mitos, roles de género, prejuicios, primeras impresiones.
  • Disfrutar de nuestra expresión e identidad corporal y personal.



 Elaboración de actividades.

Primeras Impresiones

Objetivos.

      • Conocer valores y gustos por los que nos guíamos
      • Ver los estereotipos que tenemos
      • Romper mitos y estereotipos
      • Reírse de nosotros/as mismos
      • Descubrirnos


Materiales: folios, bolígrafos…
Duración: 1,30h

Desarrollo: lo realizaremos por partes, primero de forma individual para después elaborarlo en grupo. Empezamos pidiendo individualmente que imaginen esto:

            “Estás esperando el autobús en la parada de la calle, cuando vas a subir, ves bajar a la persona de    tus sueños, esa con la que siempre has deseado estar, nunca has creído en el amor a primera vista, pero te    ha sucedido .”


Escribe en un folio ¿cómo es esa persona? Descríbela por puntos. ¿Qué es lo que va haciendo? ¿Cómo crees que es? ¿Qué ropa lleva? …etc.

Cuando lo tengan, dividiremos al grupo en chicos y chicas, sabiendo que es una mala manera para realizar grupo no igualitarios e identitarios, pero precisamente es para que se den cuenta de que tienen una heteronormatividad impregnada sin darse cuenta.

Una vez en grupos, deben ponerse de acuerdo y elegir un “prototipo”. Más adelante, expondrán las diferencias entre un grupo y otro…y reflexionar sobre las siguientes cuestiones:
          - ¿Los chicos habrán elegido a chicas? ¿Las chicas a chicos? ¿Por qué?
          - ¿Han cambiado de percepción de la idea individual a la de grupo? ¿Por qué?
          - ¿Utilizan estereotipos y roles de género al describir? ¿Por qué creen que es debido? ¿La educación? ¿La escuela? ¿La familia? ¿Los amigos?



Documento Audiovisual: ¿Dónde está la diferencia?

Preguntas para hacer antes, según el tiempo que tengamos podemos realizarlo de manera individual o por grupos como hemos hecho con anterioridad:


    • ¿Cómo describirías a una persona que tiene orientación homosexual? ¿Cómo crees que es?
    • ¿Qué suelen hacer las chicas? ¿Qué suelen hacer los chicos?
    • ¿Qué significa ser madre? ¿y ser padre?
    • ¿Qué gustos tienes? ¿por qué crees que los tienes?


Ver cortometraje, enlace: http://www.youtube.com/watch?v=NDNCQJHcH1E

Preguntas para hacer después. Las realizaremos a modo de debate con todos/as para entrar a la crítica constructiva y reflexionar sobre todo lo dado.


    •  ¿Cuál crees que es la diferencia?
    • ¿Sigues pensando lo mismo qué antes?
    • ¿Por qué?



María Q.S.

martes, 20 de mayo de 2014

Comenzamos...

"No se lucha por un derecho a la intimidad, sino por la libertad pública de ser quién se es.
Nos invita a romper con todas esas categorías basadas en las construcciones sociales, es una crítica a la obligatoriedad de tener que encajar."